No sólo el romanticismo ya no está de moda sino que enamorarse está mal visto. Pese a que parte de la culpa de todo esto es por la difusión de esas corrientes vacías que hablan de que el amor propio es lo más importante y que, lejos de que suba la autoestima, lo que consiguen es que surja un narcisismo atroz, lo cierto es que el egocentrismo siempre ha existido. En el siglo XVII, cuando más arraigada estaba la teoría de que el ser humano era el centro del universo en detrimento de Dios, el vicerrector de la universidad de Cambridge, John Lightfoot, dató la creación de unos atractivos Adán y Eva sin ombligos el 23 de octubre del año 4004 a.C. a las 9 de la mañana. Una fecha muy celebrada entre sus colegas porque coincidía, en día y hora, con el comienzo del año escolar de esa prestigiosa institución. Unos años más tarde, el erudito Vicente Mares, viendo que Lightfoot no había nombrado dónde se produjo el inicio de la humanidad, situó el edén en Valencia. Qué casualidad, él era de allí. Ahora ese absurdo antropocentrismo se está convirtiendo en un robotcentrismo en el que las personas giran alrededor de la tecnología y ella toma nuestras decisiones. Hemos dejado de pensar y lo peor es que estamos dejando de sentir. Nos convertimos poco a poco en máquinas egoístas y lo único que nos importa es tener la batería cargada. Por lo tanto, resulta imposible amar cuando ni siquiera sabemos comunicarnos y, por supuesto, se huye de las conversaciones pendientes. Sin embargo, no nos damos cuenta de que, como dice el talentoso músico Juamba d’Estroso, de lo que no se habla, no se olvida.
“De lo que no se habla, no se olvida” es el nombre del quinto álbum de Lõbison, el proyecto musical de juamba d’Estroso. Un disco profundo, intimista y, en cierto modo, impregnado de ese romanticismo oscuro de Allan Poe o Melville. Un trabajo que se rebela contra esta falta de sentimientos que provoca desamor, tristeza, desilusión vital y que, como en este LP, empieza con la incomprensión y termina en el caos de la locura. De esta manera, la primera de las ocho obras de Lõbison es “Imposible soy” en la que, perdido, expresa que las cualidades humanas son tiradas a la basura. La voz de viejo sabio a lo Leonard Cohen pero más nasal confiere a estos temas, si cabe, más intensidad y va como anillo al dedo, también, en “Normalizando la honestidad”, otra lucha contra sí mismo que esta vez es más punzante y tan estridente que, en el cambio de tono, llega a ser demoniaca.
El rock de autor de Lõbison se vuelve indie con, tal vez, sus dos canciones más personales: “Antagonistas” y “Difícilmente yo”. No obstante, las dos pueden presumir de una melodía muy potente a nivel compositivo. En un álbum plagado de paradojas, me llama la atención el halo de esperanza y el aire vitalista que se respira en “No me quiero morir”. Un tema que posee otra gran letra, que destaca por sus sutiles diferencias y que puede ser la que más me gusta a pesar del espectacular final que Lõbison nos prepara con la original progresión de “Entrampada”, la desesperación furiosa de “Milagrera” y, desde luego, la demencia absoluta traducida a rock and roll del que será, sin duda, el hit de este LP: “Show show fantasma”.
Aunque tengamos en cuenta logros anteriores, en mi opinión , “De lo que no se habla, no se olvida” supone la confirmación creativa de Lõbison. Un álbum tan lleno de aristas y matices que no se puede calificar como ola o ráfaga por la profundidad de su mar y la constancia de su luz. Además, se intuye el peligro de que, con varias escuchas, podrías enamorarte de sus canciones y, en ese caso, tened cuidado porque, como sabéis, no sólo el romanticismo ya no está de moda sino que enamorarse está mal visto.
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