Entonces, de repente, todo cobra sentido y las piezas del puzle encajan. A pesar de que el universo sigue guardando un cruel silencio y no despeja ninguna duda existencial, a pesar de que nada parece lógico y todo genera confusión, un día dejas de pensar y te acuerdas de lo que decía Dostoievski en “Los hermanos Karamazov”: “Hay que amar la vida antes de razonar sobre ella”. Nunca podremos encontrar razones que expliquen las desgracias, las traiciones y los problemas. Sólo podemos aceptarlos y seguir porque, sí, resulta que el sentido de nuestra existencia es nuestra propia existencia.
No puedo evitar que surjan estos pensamientos después de escuchar el nuevo proyecto de un músico al que llevo admirando más de treinta años. Kike Gutiérrez, aunque siempre está en constante evolución y ebullición, desde la primera vez que lo escuché con su guitarra, era y sigue siendo un maestro de acordes desproporcionados, ilógicos, asimétricos y retorcidos que, sin motivo aparente, siempre acaban por tener sentido. Así, él se mueve dentro de las interferencias, estridencias, sombras y desconciertos y, como la vida misma, al final encuentra el significado, el objetivo y la razón. Tras formar parte o liderar bandas tan sólidas y potentes como “Fallos Técnicos”, “Las Mierdas”, “El Gran Oso Blanco” o “Habitar la Mar”, ahora Kike vuelve a girar 180 grados y despliega todo su arte y personalidad en un grupo desconcertante e impactante que se llama “Simulacro de Invierno”. Por supuesto, no todo va a ser mérito de Gutiérrez; está claro que el nombre ha sido idea de Emilio Ramos (la grave y cautivadora voz del conjunto) que lo ha sacado de una canción de Kike Ganso, cantautor y amigo del vocalista. Además de los dos mencionados, este sexteto se enriquece con los talentosos Juan Araque a la guitarra, Javier Guerrero a la batería, Ricardo Ortega al bajo y Javier Serrano a los teclados.
De esta manera, este 3 de marzo saldrá en todas las plataformas su primer EP, “Tanta oscuridad», un trabajo de gran calidad que comienza con la canción homónima al álbum, un tema novedoso para los mortales pero no tanto para las brujas de Zugarramurdi o las de Salem porque, sin duda, era lo que bailaban desnudas en sus aquelarres. “Mi cielo en tu techo” es un fracaso del romanticismo, una rosa que huele a pesticida o, incluso, una ridícula caída de Romeo mientras sube al balcón. Un corte que rompe con toda la armonía que se le supone al amor, que despluma sus alas y lo encierra en una prisión.
Este imprescindible EP continúa fluyendo hacia el caos gracias a “Ansiedad” que, pese a tener en alguna parte cierto aroma a Héroes del Silencio, no es nada onírica. Al contrario, estalla callada y rabiosa como el pisotón en un metro abarrotado un lunes a las ocho de la mañana. “La Señal” podría ser un resumen a la trayectoria musical de Kike Gutiérrez, transiciones poderosas, rebeldía sonora e intensidad, mucha intensidad.
Acercándonos al término de esta obra, se vislumbra una luz, futurista y esperanzadora, al final del túnel. “Islas”, siempre sobre una rotunda base instrumental que no cesa, nos proporciona calma, un alto el fuego, una extraña reconciliación con ese yo interior que, ahí dentro, se entretiene mordisqueando las entrañas.
“Simulacro de Invierno”, para concluir este maravilloso álbum, tiene a bien regalarnos un bonus mágico que se llama “Esta Canción”. Una demostración de que ni siquiera el diablo se puede resistir a acariciar el lomo de un cachorrito adormilado, una tierna nana para las fieras que, besándote en la frente, te comprende y… entonces, de repente, todo cobra sentido y las piezas del puzle encajan.
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